¿Somos idiotas?

La crisis del coronavirus ha destapado una realidad que, en mayor o menor medida, estaba oculta: hay demasiados idiotas. Ahora bien, no pretendo utilizar este término con intención peyorativa, sino más bien con el significado que le dieron los antiguos griegos. Para un heleno de la época un «idiota» era aquella persona que solo se preocupaba de sus quehaceres y, por tanto, no prestaba atención a los asuntos públicos. En este sentido, los antiguos griegos, aunque sobre todo los atenienses por su propio sistema político, poseían una concepción de la vida principalmente comunitaria. Esto implicaba que los logros individuales solo tenían valor en tanto en cuanto tuvieran algún tipo de proyección pública. Además, se puede hablar de cómo la religión griega tenían un carácter eminentemente público, dado que los ritos destinados a sus numerosas deidades personificaban las distintas virtudes del mundo griego. 

No obstante, en la antigua Grecia, la vida comunitaria alcanzaba a más esferas como por ejemplo: las discusiones en el Ágora; la reputación de los ciudadanos al volver de una guerra (la búsqueda incesante del héroe homérico); la inmensa repercusión que suponía la celebración de los juegos olímpicos; etc. Incluso, hay algo especialmente chocante hoy en día como es la cuestión de la liturgia, mediante la cual los ricos “competían” por pagar más impuestos, financiando así principalmente fiestas, guerras y obras publicas. Esta curiosa costumbre provenía de la idea de que si los ricos gozaban de una mayor riqueza que los demás, al menos, debían compartirla con el resto. Por consiguiente, su dinero podía mejorar su reputación lo que era sumamente importante en la Hélade. Por el contrario, en la actualidad, la tónica habitual es intentar evadir impuestos o recurrir a la filantropía para ahorrarse algo de dinero.

Asimismo, en las polis democráticas como Atenas, la implicación en los asuntos públicos era lógicamente mayor. En este sentido, podemos destacar las distintas asambleas que se podían celebrar o incluso ocupar alguno de los cargos que se designaban por sorteo. Hoy aplicar este método de elección puede resultar chocante, pero cuando la ciudadanía está acostumbrada a participar en política no es algo descabellado en absoluto. De hecho, este último elemento, aunque sin menospreciar en nada lo anteriormente mencionado, es especialmente relevante para el comportamiento que tiene la población en relación con el coronavirus. ¿Por qué? En estos momentos se está exigiendo un cierto grado de responsabilidad a la ciudadanía y, aunque en general, ésta se comporta decentemente, no dejan de aparecer muchos comportamientos irresponsables. 

Dichos comportamientos son facilmente apreciables, pero también existe una explicacion para ellos y, precisamente, está relacionada con lo expuesto en este artículo. En primer lugar, aquella vida comunitaria descrita para la antigüedad fue sustituida por una concepción individualista impulsada por el liberalismo. Según dicha concepción lo mejor era que cada persona se dedicara a sus asuntos particulares, sin que nadie se metiera en ellos. Esta manera de pensar se resume en aquella máxima de: “tu libertad termina cuando empieza la mía”. Esa frase suena muy “simpática”, pero esconde un significado cuestionable: la libertad de una persona necesariamente se contrapone a la de otra. Es el resultado de la sociedad diseñada por el liberalismo en el que individuos aislados parecen destinados a enfrentarse porque la opción de colaborar ni siquiera se plantea. Este modo de pensar sería inasumible para un griego antiguo, sin embargo actualmente parece que no hay otra opción. En consecuencia, ¿cómo puede explicarse a las personas que las actuaciones irresponsables, en relación con el virus, puede dañar a su comunidad? Sobre todo, cuando lamentablemente, lo que se ha demostrado más eficaz son las sanciones.

Asimismo, es muy dificil haber excluido a la sociedad de cualquier tipo de toma de decisiones (salvo ratificar una de las listas presentadas por los partidos cada cuatro años) y pretender que ésta tenga la madurez política suficiente como para presentar un comportamiento sin fisuras ante una crisis de semejante envergadura. ¡No! Ojalá las cosas funcionarían así, pero esto equivaldría a esperar que una persona criada toda su vida entre algodones, de repente pudiera desarollar extraordinariamente bien los trabajos más duros. En relación con esto, los buenos resultados que presenta ahora China frente al coronavirus no son consecuencia exclusivamente de las medidas que ha tomado el Estado. La cultura asiática presenta un estilo de vida más comunitario que el occidental y son consicientes que la pertenencia a una comunidad exige comportamientos responsables para que ésta goce de buena salud. Aquí sucede justamente lo contrario, dado que seguimos empeñados en el: “déjame hacer lo que yo quiera”.

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