Salvar la Navidad. Luego, si eso, lo demás

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Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Primero fue lo tarde que se reaccionó en marzo. Después, cuando el número de contagiados era muy pequeño, vieron que había que empezar a “salvar” cosas, como el turismo o la hostelería. No comprendieron que lo más importante era salvar la salud, y lo que pasó después lo conocemos todos: la segunda ola. Ahora, inmersos en dicha ola vienen las Navidades, las que por lo visto también hay que salvar. Todo esto se debe a que vivimos en un mundo mercantilizado cuya consigna de fondo es: ¡salvemos la economía! De hecho, aunque la vacuna sea una estupenda noticia que hay que celebrar, al final será otra industria la que, seguramente, termine con la pandemia. Es decir, el final de esta enfermedad no vendrá ni por la responsabilidad personal, ni mucho menos por las medidas tomadas por el Gobierno. Si nuestros antepasados hubieran actuado como nosotros no habrían podido superar ninguna de las anteriores pandemias, dado que ellos no podían recurrir ni a vacunas ni a fármacos.

De esta manera, a la mala gestión del Gobierno, habría que sumarle la deslealtad y el oportunismo de una oposición que tampoco habrá aplicado unas recetas muy distintas. En realidad, el poder ya ha elegido: la economía es lo primero. Así que, aunque en las Navidades se celebre el nacimiento de Jesucristo, a quienes realmente habría que venerar es a los dioses del Mercado, ya que da la sensación que son ellos quienes realmente rigen nuestro destino. A pesar de ello, tampoco debe menospreciarse la economía, solo que es un error colocarla como prioridad de todas nuestras actuaciones. Los sanitarios están haciendo unos esfuerzos sobrehumanos para que ahora se acepte como inevitable que en enero les tocará trabajar todavía más. Es algo muy desconsiderado.

En este sentido, los otros países de nuestro entorno generalmente prevén medidas más restrictivas para estas fiestas. Italia, por ejemplo, permite reuniones como máximo de seis personas, o Bélgica incluso reduce esta cifra a cuatro. Ahora bien, la diferencia fundamental es que Francia, Italia, Bélgica y Alemania no abren la hostería. En relación con esto, la costumbre de juntar a varias personas comiendo, lógicamente sin mascarilla, en un espacio cerrado con poca ventilación es totalmente inapropiado. El contagio por aerosoles es ya una evidencia científica de modo que, aunque las mesas mantengan cierta separación, no es suficiente. Es necesario una buena ventilación y/o tener purificadores de aire. Aunque lo más sensato, qué duda cabe, es que solo se permita el servicio en las terrazas y, aquí sí es imprescindible, que se mantengan las distancias entre las mesas.

Asimismo, se ha demostrado que lo que mejor funciona en situaciones graves son los confinamientos. No obstante, aunque se rumoreó esta posibilidad ya se ha descartado. Evidentemente, aunque no debe subestimarse el impacto psicológico que supone esta medida, no ha sido esto lo que ha desaconsejado aplicarla de nuevo, sino la matraca de: “la economía no soportaría otro confinamiento”. Para este pensamiento parece como si la actividad económica fuera algo ajeno al control humano. ¡Esta es la herencia del liberalismo más ortodoxo! Sin embargo, no es necesario reivindicar la Unión Soviética para pedir que esta actividad económica se encuentre planificada, bajo el control de la población, en vez de ser algo ajeno a las personas, que además nos “obliga” a comportarnos desoyendo las recomendaciones médicas.

Por todo ello, se nos ha situado en una falsa dicotomía que se puede resumir en “consume o prepárate para el desastre”. Es la lógica capitalista en la que el consumo desmedido es una obligación, y la satisfacción de las verdaderas necesidades algo secundario. Pues bien, las circunstancias actuales obligan a repensar críticamente ese planteamiento. Ello debería suponer que, de una vez por todas, la salud se anteponga al consumo. Pero, además tenemos que asumir que es necesario hacer esfuerzos. Así que, aunque seguramente lo mejor sea aplazar las celebraciones navideñas, los que opten por juntarse no les queda otra que ser extremadamente prudentes. Es algo muy duro, aunque en la Historia hay ejemplos de sacrificios peores. En las Guerras Médicas, que enfrentaron a la antigua Grecia y Persia, los atenienses tuvieron que abandonar su ciudad, refugiándose en las islas cercanas, mientras sufrían el terrible dolor de ver como Jerjes quemaba Atenas. Mientras tanto, nosotros solo tenemos que quedarnos en casa.



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