Parafraseando a Groucho, perder peso es facilísimo, yo he perdido decenas y hasta cientos de kilos. Pues esto que vale en lo micro de mi existencia es muy parecido a lo que pasa en el macro del país
Tengo que perder peso. Es un hecho. Mi Índice de Masa Corporal no está en una franja saludable para un hombre de mi edad y con mis antecedentes. Es algo a tomar en serio ya. De hecho es un pensamiento que tengo cada vez que me crujen las juntas, me asfixio por las escaleras o al dar alcance al autobús al trote ibérico. En este sentido, tengo la suerte de no contar con patologías previas que lo dificulten así que sólo habrá que comer menos, comer mejor y hacer ejercicio. “Sólo”. Ahí es nada. Sólo hay que cambiar los hábitos y automatismos que componen buena parte del día. Sólo hay que corregir lo que vengo haciendo desde hace décadas y he tomado como propio de mi idiosincrasia. Parafraseando a Groucho, perder peso es facilísimo, yo he perdido decenas y hasta cientos de kilos. Pues esto que vale en lo micro de mi existencia es muy parecido a lo que pasa en el macro del país. Probablemente su cuñado ya le haya dicho que la solución a los problemas socioeconómicos “sólo” requiere un cambio de modelo productivo y ya está. Ahí es nada. Cambiar la forma de interacción de los sistemas de creación de valor, con la sociedad, la Administración y el entorno, por citar algunos elementos clave. Todo ello en una economía global que se enfrenta a una crisis que acaba de empezar.
Ya puestos, le puede preguntar si quedamos el viernes para ver cómo lo hacemos y lo ponemos en marcha el lunes. Esto no es nada nuevo. Hace diez años lo escuchamos cuando fue la construcción con sus sectores auxiliares los que se fueron a pique, causando la mayor crisis económica y financiera desde la Gran Depresión. Antes que eso, con la burbuja tecnológica del cambio de siglo, y podemos seguir buscando culpables hasta llegar hasta la Crisis de los Tulipanes del siglo XVII en Holanda. Esta vez le ha tocado al turismo.
El movimiento perpetuo no existe, el crecimiento eterno es imposible, el riesgo cero no se puede garantizar, etc. A posteriori las recriminaciones no faltan, aunque nunca hubo crítica cuando había rentabilidades de dos dígitos. De hecho, encontrarse con miles de puestos de trabajo, riqueza sobre la que tributar o actividades que tasar, hacen que los mensajes desde las Instituciones siempre sean de ánimo hasta que se tornan en pésame, porque nadie le quiere poner el cascabel al gato, pasando a ser el aguafiestas que sembró la duda que disuadió a los inversores.
Los que ya peinamos canas, ya sea sólo en la barba, ya hemos visto esto varias veces. Lo que sale de las cenizas no es el ave fénix sino el mismo pajarraco desplumado que llama pleno empleo a un paro sobre el 8%, vertebrado sobre un castillo de naipes de micropymes/ autónomos, lastrado por una burocracia inconcebible en nuestro entorno y dependiente de estímulos públicos en gran medida. Así, algo saldrá de esta crisis, que irá dando tumbos hasta desplomarse en la siguiente otra vez.
Asumiendo que haya que hacer un cambio en el modelo productivo y que no quisiésemos apostar de nuevo por el turismo, ¿cuál es la propuesta? Lo único que se dice al respecto es que tiene que ser “verde” y “digital” pero no hay puesto sobre la mesa ningún plan para ver qué “Eco-Techno-loquesea” es la apuesta de España. Lo viene a ser lo mismo de siempre: pagar el enésimo comité de sabios para que al final la solución salga espontáneamente, como ocurrió cuando la “Primavera Árabe” dañó la oferta de nuestros competidores en la cuenca del Mediterráneo desde 2010 e hizo avanzar al turismo de sector clave a motor de la recuperación.
Podemos seguir a vueltas con el modelo productivo para convencernos de que estamos haciendo algo para mejorar el porvenir cuando, en realidad, los problemas están en comportamientos mucho más arraigados. Lo que esta situación requiere es una transformación cultural en el sentido más amplio posible: terminar con la cultura del pelotazo, abrazar la del emprendimiento, acabar con el presentismo para hablar de productividad, ampliar la competitividad más allá de la reducción de costes, dejar indolencia/sectarismo para ser participativos, considerar que toda acción tiene un impacto en el medioambiente, asumir la formación como un proceso de mejora constante no una etapa en la vida, y largo etcétera que destinado a cambiar lo que hacemos, cómo lo hacemos y para qué lo hacemos. El modelo productivo vendrá por derivada de forma natural. A fin de cuentas, parece que no va a ser una cosa que se despache en un fin de semana así que mejor le voy llenando las ruedas a la bici para dedicarme “sólo” a cambiar de hábitos.