La nostalgia del mono

Mi sugerencia cinematográfica de la quincena es el inicio de la película “Idiocracia”. Sólo los primeros minutos (el resto es para quemarla con napalm y esparcir la cenizas al viento) les ponen en situación de lo que se nos viene encima, aunque sea en tono de comedia para reducir la ansiedad.

Fue en 1859 cuando Charles Darwin publicó la obra “El Origen de las Especies” y, al contrario de lo que se piensa, su teoría de la evolución desde un ancestro común, ya había calado en la sociedad antes incluso del fallecimiento de éste en 1882. De hecho, esta idea era algo que ya venían elucubrando varios naturalistas desde un siglo antes, al irse apilando las evidencias que apuntaban en esa dirección conforme se añadían especímenes de animales, plantas y fósiles que completaban las clasificaciones. Su gran aportación al respecto fue su análisis minucioso de las evidencias recopiladas durante más de cuatro años en la célebre expedición del Beagle completándola con sus aportaciones en el campo de la geología de manera que si las ideas no eran totalmente nuevas, sí que era la primera vez que se soportaban en pruebas serias.

Bien diferente fue la acogida de su concepto de selección natural, que tardaría mucho más tiempo en ser asumida, tanto por sus implicaciones sociales y filosóficas, como por los límites de la ciencia de su época. Faltaba un siglo casi para el descubrimiento del ADN y del funcionamiento de la genética, más allá de los modelos estadísticos de Gregor Mendel. Incluso hoy en día, resulta chocante que un 40% de los estadounidenses defiende el creacionismo o que hay importantes lagunas al respecto de la misma en los universitarios españoles, por poner un ejemplo, en un estudio aproximado sobre el nivel de aceptación y conocimiento.

Habrá quien lo niegue, pero la selección natural ha tenido un papel fundamental en la forja de nuestra especie y hasta de sus diversas culturas. Se podrá discutir cuánto de ese proceso es guiado por un ser superior o es algo completamente azaroso, pero todos hemos visto que al idiota que se va a beber el último, se lo come el cocodrilo del que David Attenborough ha estado hablando durante un cuarto de hora. A fin de cuentas, el lagarto también tiene derecho a vivir.

Como ese ejemplo, todos conocemos alguno o incluso sospechamos que nosotros mismos bien podríamos serlo dadas las circunstancias. Sin embargo, al contrario que el desdichado ungulado del documental, el idiota humano tiene un potencial destructor nunca bien ponderado como concluía Carlo Cipolla en su desternillante ensayo sobre las “Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana”. Así visto, aquél al menos daba de comer a uno o varios reptiles tras cometer el error, mientras que homo stupidus acabaría muriendo ahogado y de camino envenenaría el agua, por hacer la comparación naturalista.

Millones de años de evolución nos han traído desde el mono hasta la actualidad, pero han sido los prodigios de la ciencia del siglo XX y los 80 años de la Pax Americana (siempre y cuando no seas vietnamita, coreano, afgano o… Ya saben por dónde voy) han hecho que la población mundial se dispare hasta cifras nunca vistas y se haya aflojado el yugo de la selección natural hasta más allá de lo que habría aterrado a Malthus, uno de los pensadores que influenciaron a Darwin en su idea de la lucha por la supervivencia de las especies. Tal es así, que hemos pasado de presa a depredador supremo en menos de lo que una estalactita tarda en crecer unos pocos centímetros, alargando nuestra esperanza de vida y desterrado enfermedades mortales o degradadas a crónicas.

Al hilo de lo anterior, mi sugerencia cinematográfica de la quincena es el inicio de la película “Idiocracia”. Sólo los primeros minutos (el resto es para quemarla con napalm y esparcir la cenizas al viento) les ponen en situación de lo que se nos viene encima, aunque sea en tono de comedia para reducir la ansiedad.

En toda esta evolución, nos hemos complicado la vida bastante y los tiempos que nos tocan ahora parecen todavía peores. No faltan las llamadas a mejores tiempos pasados que juegan con lo selectiva que es la memoria para desterrar los malos recuerdos potenciando los buenos. Sólo hay que ver esa fosa séptica en llamas que son las redes sociales. El tonto del pueblo de cada pueblo del mundo ha encontrado su altavoz particular, y el que sube un meme de una cita “profunda” de autoría más o menos contrastada es el gurú.

Mientras anotaba cosas esta semana para esta columna se ha desarrollado el sainete de las mociones de censura que para cuando se publique todavía no estará resuelto y la virulencia de los comentarios a favor en contra con frenazo y marcha a atrás en 24 horas me ha hecho cambiar el final que tenía pensado. Es ciertamente portentosa la habilidad de contorsión argumental que despliegan los políticos y los profesionales de la comunicación para defender sus colores. Porque a día de hoy esto es hooliganismo político nivel derby perpetuo, en el que las patadas de nuestro equipo son “deporte de contacto” y las del contrario, crimen de lesa humanidad. Todo ello bajo el ensordecedor intercambio de monólogos disfrazados de diálogos.

En los próximos dos meses nos jugamos el año. Así de sencillo. De lo que ocurra en las próximas semanas depende que 2021 sea el año en el que despeguemos o en el que, con suerte, toquemos fondo. El superávit de idiotas que tenemos nos pone en peligro ante la negociación de las medidas para “salvar la Semana Santa” y la desescalada, que nos arriesga a disparar una Cuarta Ola, que amenaza el arranque en firme de la campaña de verano, con todas la implicaciones que ello tiene en el empleo y los recursos para afrontar el resto del año. Todo esto se va a desarrollar en el marco de una o varias campañas electorales que son energizantes para el hooligan aullador.

Darwin diría que todo esto viene siendo “sello indeleble de nuestro modesto origen” pero en usted está dejarse arrastrar por la nostalgia y volver al mono.

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