Kalikatres sapientísimo

– ¡Oh! Kalikatres sapientísimo, ¿cómo se puede hacer una mala biografía?

– Copiándome a mí mismo hijito, copiándome a mí mismo.

Ángel Enrique Menéndez Menéndez, más conocido como ‘Kalikatres‘, nace en el Solsticio de verano en la bella ciudad de Donostia. Fue tal la fama que le dio el seudónimo a Kalikatres, que sirva como ejemplo la pregunta que José Luís Cabañas Onsurbe (q.e.p.d.), uno de los humoristas prestigiosos de La Codorniz, me hizo estando con él en Tomelloso: “¿Sabes cómo se  llamaba Kalikatres?”. Nadie le conocía por su nombre de pila.

Ángel Menéndez pertenecía al núcleo duro de la revista La Codorniz que se va a forjar en San Sebastián. Por aquel entonces, Miguel Mihura estaba en Madrid cuando se declaró el alzamiento y mediante la amistad de un autor que le había ilustrado uno de sus libros, consiguió un “pase” para poder llegar hasta Valencia, donde embarco hasta Francia. Una vez en este país contactó con Tono (Antonio de Gala Gavilán) que le prestó su piso en Hendaya. Más tarde se trasladaría a San Sebastián, donde editó La Ametralladora, que viene a ser el antecedente de La Codorniz, tomando el nombre de un pájaro para una época de paz. En San Sebastián también coincide José María González Castrillo (alias ‘Chumy-Chúmez’), los mencionados Tono y Mihura; el autor de novecientas portadas de la revista, Herrereos, y Rafael Munoa Roig, un joyero autor de grandes obras de estudio sobre joyería, que firmaría con su apellido Munoa, muy reconocible por sus famosos angelitos. Para completar esta primera generación de La Codorniz, Álvaro María Eugenio y Alejando Sebastián de Laiglesia (más conocido con su nombre abreviado ‘Ángel Menéndez’).

Como otros autores se encamina hacia los estudios y escoge la carrera de Comercio que en sus tiempos, según él: “Era un paso obligado para ser en el día de mañana un hombre de provecho, pero no sabe uno para quién”. Carrera de Comercio que como él mismo dice: “Lo peor que rima con su idiosincrasia”. Buena prueba de ello, fehaciente de tal aserto, es lo cochambrosamente que le va por cuantas oficinas siniestras rueda como pelota o se arrastra como gusano. Al fin, la mala uva de los tales hados amaina y le soplan vientos algo más bonancibles: los del periodismo.  

La revista La Codorniz muy pronto le presta como gallina hueca a recibir en su seno, y bajo el manto del ave humorística, pronta prosperidad.

Recordando sus sueños de aventuras filosóficas por las polis griegas incorpora un personaje sabio, instructor, elocuente y sagaz que lleva el nombre muy a lo griego del “Sapientísimo Kalikatres. Tanto éxito precoz y fama alcanza este personaje, que su autor –picado de envidia y avaricia– le requisa por las bravas el nombre y se lo apanda inverecundamente como seudónimo. De esta singular guisa, ¡oh paradoja!, el padre adopta como gentilicio la gracia de su retoño. Sus monos aparecen por ni se sabe cuántas publicaciones; pero no conforme con esto, sus elucubraciones esparramadas por cuartillas y más cuartillas acaban en libros editados. Uno de sus más ladinos libros, bajo el título de “Maturranga, espía y mártir” (Editorial Anaya) que el coplero del pueblo con voz afónica, su voz que ya no es la de antes, a falta de dientes sobre el tabaco y catarros mal curados, ¡El coplerooo! Así comienza su disertación, indicando mediante un punzón lo que va a discurrir sobre las terríficas viñetas, vetustas de un uso persistente:

“Ved aquí la historia horrenda

de una moza sin enmienda. 

Y de su pueblo un mal día,

emigró con alegría.

Zagala era bien plantada,

y a la ciudad era llegada.

Con honra ganarse el pan

esperaba con afán.

Más no hallaba honesto oficio

en la urbe llena de vicio.

El lujo de la ciudad atenta su castidad.

Sus ahorros van gastando para poder ir tirando.

Ya no tiene que comer y el que caiga es de temer.

Y su boca virginal se la pinta a lo animal.

Como es así de zanguanga va y se mete a maturranga”.

Ángel Menéndez Menéndez (‘Kalikatres’ de adopción), además de ser un icono de La Codorniz era una gran persona. Tuve la suerte de conocerle personalmente. Me quedé encantado desde el primer momento. A su fallecimiento, mi esposa y yo mantenemos una gran amistad y cariño con la que fue su esposa, Elzbieta Teresa. Vaya desde aquí mi más sincera consideración a ella y al recuerdo de Kalikatres.

           

 

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