La Inflación de los conceptos

Las hipérboles son seductoras, ya que puede haber muchas formas de decir las cosas aunque no tantas de captar la atención

Lo normal es encontrar la palabra inflación en su acepción económica que hace referencia a un aumento generalizado y sostenido de los precios en un país y periodo concreto; pero no es su significado principal que es la acción de inflar y, derivado de ésta, engreimiento y vanidad. 

En el eterno dilema sobre si fue primero la palabra o el pensamiento o si es posible separar ambos procesos, resulta curioso encontrarse con fenómenos como éste por el que algo se llena de aire y nos sugiere esa gente pagada de sí mismo que aparenta más de lo que vale y acaba llegado a la terminología económica para describir la pérdida de poder adquisitivo de una determinada divisa.

Esto que ocurre con las monedas puede acabar pasando también con los conceptos. Si los usamos demasiado y cada vez con menos rigor, los inflamos y acaban perdiendo su significado original.

Si nos fijamos por ejemplo en la palabra “especial”, a fuerza de usarla como eufemismo de “raro”, ha acabado haciendo de ella un cumplido sospechoso. ¿Qué no? “La  amiga especial del rey”, “fulanito es un tanto especial”, “es para gustos especiales” y cómo no, “educación especial”. 

Tal es así que cuando la pobre ya iba camino de definirse como insulto, acabó siendo secuestrada por el relato de la autoayuda y se convirtió en el mantra bienpensante de “todos somos especiales”. Por consiguiente, como le criticaban por su infame comentario a Manuel Chaves, si todos estamos por encima de la media, hay que recalcular la media.

Todo esto puede parecer parte del proceso natural de la evolución de las lenguas que tiene una proyección muy oscura cuando entra en juego la política. Sí, la política que todo lo emponzoña. Qué hermosa es una madre y qué terrible una madre política. El siglo XX ha visto cómo se ha usado la ciencia, el arte o la historia para cumplir las funciones de anulación del rival que cumplía la religión o la raza.

Las hipérboles son seductoras, ya que puede haber muchas formas de decir las cosas aunque no tantas de captar la atención; la cuenta, que la pague el que venga detrás.

Al final todo son etiquetas pero hay algunas muy peligrosas. Ser perezoso y llamar a cualquier cosa fascista, terrorista o golpista, tiene ese efecto de inflación del término. Si todo es “loqueseaismo”, al final, nada lo será como nadie es especial porque todos lo son. No obstante, esas ideas pérfidas siguen ahí esperando a que bajemos la guardia en el enésimo remake de Pedro y Lobo.

 

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