Si Clausewitz decía que la “la guerra es la política por otros medios” ese gusano parece haber remontado el camino desde desastre bélico y llegar hasta los salones de Bruselas y Estrasburgo.
“Gigante económico, enano político y gusano militar”. Treinta años han pasado desde que Mark Eyskens formulase aquella descripción de la entonces Comunidad Económica Europea, a las puertas de pasar a ser la Unión Europea, para la que todo eran ambiciosos planes de crecimiento. El problema es que la definición no solo sigue vigente, sino que va camino de ser el epitafio del proyecto entero.
Desde la Declaración Schuman, el tamaño y complejidad de las Comunidades Europeas no ha parado de crecer, ampliando a su vez el ámbito de sus competencias a costa de la soberanía de los Estados miembros, los cuales han ido engrosado una lista que es prácticamente el inventario de países del Viejo Continente con notables autoexclusiones y una altisonante deserción de última hora. De todo esto ha surgido un colosal mecanismo de enorme complejidad con componentes no muy orgánicos que ha llevado a notables fracasos.
No sólo hay que reseñar lo malo. Desde el Tratado de Roma gozamos en Europa del periodo de paz, prosperidad y libertad más largo desde la Pax Romana, por lo que podríamos hablar de II Pax Romana. Sin ese marco común es poco creíble que los procesos de democratización de las instituciones nacionales se hubiesen llevado a cabo y mantenido durante tanto tiempo o que hubiese habido una pacífica transición de las antiguas dictaduras fascistas y comunistas. De hecho, si hacemos uno de esos ejercicios de relativización del tiempo que tanto me gustan, el tiempo transcurrido desde la fundación de la CEE hasta hoy, es el mismo que va de la Guerra de Cuba hasta dicho momento. Se pueden entretener en contar guerras, revueltas, colapsos y hasta genocidios que tuvieron lugar en ese periodo y comparar con lo que viene después. Es de justicia reconocerle el mérito a las doce estrellas
Un español instruido, con un intelecto normal y un cerebro sano puede ser tan euroescéptico como afín a la automutilación -Puede parecer radical pero para eso es una columna de opinión y otro día si quieren les cuento el chiste del tipo que se encontró un genio y su paralelismo con la devaluación de la moneda – No obstante, defender algo no implica idolatrarlo. De hecho, es necesario conocer los problemas para poder tratar de salvar lo que queda y relanzar el proyecto. Aquí es donde veo útil la puya del belga con la que empezaba estas líneas.
El sambenito del “gusano militar” nos lo encasquetaron en el alba de la Primera Guerra de Irak cuando Estados Unidos lanzó una ofensiva intercontinental fulminante contra las fuerzas de Sadam Hussein en la Operación Tormenta del Desierto. Cierto que entonces, no existían mecanismos de Política Exterior y Seguridad Común que no se incorporarían hasta un par de años después en el Tratado Maastricht, pero eso no es excusa para lo que ocurriese durante la Guerra de Kósovo, con la PESC implantada y que tuvo lugar en el patio de atrás de la Unión, donde nuevamente fue la OTAN y especialmente EEUU quien marcó la diferencia. Un desastre humanitario en nuestra parte del mundo que será una tacha difícil de lavar en cualquier currículum de potencia mundial del que no ha habido todavía redención.
Si Clausewitz decía que la “la guerra es la política por otros medios” ese gusano parece haber remontado el camino desde desastre bélico y llegar hasta los salones de Bruselas y Estrasburgo. Puede que hasta hace unas semanas los miembros no sintiesen la presión del viejo oso ruso como la generación anterior, que levantó el edificio comunitario usando como muro de carga el Telón de Acero. Y eso haya hecho que los tiempos se eternicen al tiempo que las negociaciones se haya vuelto mezquinas o caprichosas. Ni la salida del eterno “enfant terrible” británico ha facilitado la situación. Muestra de todo ello es el absoluto caos y derrota por K.O. del aprovisionamiento de vacunas para la COVID-19. Ya no sólo estamos hablando que de mirmidones de las arenas como el presidente Erdorgan o incluso es su día el defenestrado Gadafi ninguneasen a las delegaciones de la UE, sino que una empresa con sede en su territorio como AstraZenenca se permita mantener un discurso de un cinismo de villano de vodevil mientras exporta a espuertas al mejor postor lo que Europa ya pagó, a sabiendas que no habrá repercusiones; otro más que se une a Google y Facebook en añadir el impacto improbable del derecho administrativo sancionador a la provisión del gastos del plan de negocios.
Tanto tiempo lleva el gusano carcomiendo la política que ha engordado lo suficiente para atreverse a minar el corazón y razón de ser del gigante económico. Puede parecer que nuestra posición conjunta como segunda potencia económica mundial, con un mercado interior que ronda el 7% de la población mundial y más de 16 billones de euros (cifra que bajará en el próximo cómputo por la salida de Reino Unido y la Covid-19), no esté amenazada aunque los nubarrones se forman en el horizonte.
La parálisis política ha llegado a la industria a pesar de los paquetes de estímulos y los planes de innovación o quizás, precisamente, a cuenta de ello. El ejemplo más espeluznante es el 5G donde el viejo mundo ha dejado de ser combatiente para ser campo de batalla pues todo se reduce a dilucidar si vamos en el bando americano o en el bando chino. Siendo sede de grandes tecnológicas, como Siemens, Vodafone, Nokia o Telefónica, resulta chocante además de inquietante en el largo plazo porque el “Internet de las cosas” será lo que el espacio a la Guerra Fría y los océanos a las potencias de la Edad Moderna.
Con tanto hablar de estos bichos, solo me queda hacerles la recomendación cinematográfica del mes para invitarles a que vean ‘Dune’ de David Lynch (1984) a la vista que la versión en dos partes de David de Villeneuve va a tardar bastante todavía en salir. En el fondo tiene que ver con imperios decadentes, conflicto, comercio, política, guerra y, sobre todo, unos enormes gusanos.