¿Se expandirá nuestra mirada?

Hace un año, ciertos líderes dijeron que no era tiempo para reflexionar sobre lo que íbamos a empezar a vivir. Pero tras haberse cumplido algo más del año, el momento ha llegado. La pregunta es: ¿qué valoración podrá hacer una población sometida a la sobreinformación y al miedo irracional? ¿Seremos capaces de tomar actitudes y conductas proactivas o seguiremos mirando como meros sujetos subordinados?

Que una sociedad tenga un determinado nivel de cultura política, depende de muchos factores propios del devenir de su pasado y presente. En los sistemas democráticos la cultura política sirve para dar estabilidad, profundidad y efectividad si existe una democracia sana en la que se permita la participación.

Para el caso de España, y a los últimos hechos ocurridos en Madrid me remito, la cultura política está más sujeta a la dicotomía entre las corrientes ideológicas en las que las personas se someten a pensar y actuar de una forma determinada sin expandir la mirada y hacer una autocrítica para preguntarse más allá del plano emocional y del partido con el que simpatizan.

No es difícil hacer esa reflexión, algunos ya lo han hecho, pero el tema siempre vuelve a centrarse en derecha o izquierda a la hora de hablar sobre la situación actual, la gestión que se ha hecho de esta crisis o los recortes en nuestras libertades por un fin “comunitario”. El objetivo próximo bajo el planteamiento del miedo es salir de esta crisis y del estado de alarma en estas condiciones. Pero a la crisis económica se suma ahora la crisis existencial: la del individuo que mira atónito tratando de interpretar y racionalizar los acontecimientos a través de las informaciones y desinformaciones que se suceden y a las promesas hechas para salir de este atolladero.

El alcance que se pretende con una vacunación masiva que permita llegar al 70% de la población vacunada, de aquí a finales de verano, viene a evidenciar la falsa seguridad de seguir creando esperanza, al mismo tiempo que se desacredita a la comunidad científica, a la que no se le financia ni se le apoya para seguir investigando en España.

En otro orden de cosas, la falta de coherencia política ha determinado los cierres perimetrales para los propios nacionales, lo que implica que haya prevalecido una política discriminatoria donde el derecho comunitario queda por encima del derecho a la movilidad de los españoles para moverse dentro de su territorio.

Como sujetos que hemos aprendido a amoldarnos a los poderes establecidos, pensamos que nuestros derechos son inquebrantables y que estos nos vienen dados por el poder divino. Pero no, no vienen del poder divino, hay que ganárselos.

Quizá nuestra mirada esté más sujeta al presente porque vivimos a caballo con la actualidad informativa que no deja ver el futuro que vamos a crear. Pero con suerte habremos aprendido algo de cómo se pueden fulminar las libertades de los ciudadanos y utilizar el Estado de Derecho al libre albedrío para la consecución de unos objetivos que van camino de coartar el derecho al desarrollo de la población de este tiempo y de las próximas generaciones que están por venir. ¿Hacia dónde nos dirigimos?

 

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