Esta casta será la que, al término de la contienda, negocie los términos, quedando todo en una mera transmisión de patrimonio que redefinirá la relación entre ellos hasta el próximo embrollo
Hace años escuché a alguien decir que tenía que hacer una cosa y que lo habían obligado “a punta de bayoneta”, de forma metafórica, claro. Esa imagen mental se me quedó grabada porque iba más allá del nivel de amenaza de la mera “a punta de pistola”.
Aunque en la vida real nos quedemos petrificados ante peligros menores, en nuestra imaginación podemos llegar a concebir que es posible asaltar a un pistolero, salir corriendo u otros malabares fantásticos. Sin embargo, la bayoneta calada en el fusil añade el riesgo del arma blanca al arma de fuego: corres te pega un tiro de precisión, de cerca te apuñala y a corto te despacha de un culatazo. Una sucesión de castigos que captan toda tu atención para cumplir con quien la empuñe.
Así es como veo que funciona gran parte de la comunicación en la actualidad.
Casi se echan de menos los tiempos en los que estábamos frustrados porque se llamaba diálogo a la sucesión de monólogos arbitrados por algún tipo de autoridad, ya fuese el moderador de un debate, la Presidencia del Congreso o ese amigo devenido juez de las trifulcas. Incluso se echa en falta la socarronería del insulto velado y hasta de exabrupto. Desde que “Aznar y Anguita la misma mierda es” hasta el “manda huevos” que tanto dieron que hablar, a día de hoy suenan a polémicas tan ridículas como las de aquellos señores libidinosos que se esperaban junto al tranvía para verle los tobillos a las señoras.
Del desinterés al desprecio, del desprecio al insulto; ahora, del insulto a la amenaza:
A la amenaza de movilizar a una horda de seguidores en una campaña de boicot contra los productos de una empresa que, supuestamente, tiene una actitud contraria a los principios de un determinado grupo.
A la amenaza de perder el empleo y ver truncada la carrera profesional a cuenta de comentarios sacados de contexto u opiniones surgidas tras una minuciosa tarea de arqueología o archivística forense.
A la amenaza de hacer saltar un proyecto tomando como rehenes a ciudadanos o clientes con expectativa de forzar un nuevo reparto de cartas a la luz de un sondeo o un estudio de mercado.
Todo es chantaje y extorsión. Nadie lo reconocerá porque siempre habrá un argumento de neutralización que blanquea lo más perverso de cada planteamiento. A fin de cuentas, el villano es el héroe de su propia historia y la única satisfacción que sacan es la un trabajo bien hecho. Los míos son los virtuosos, por lo que yo lo soy por asociación, y los demás son el infierno porque yo lo digo y punto.
Aquí es donde la bayoneta me vuelve erizar los pelos del brazo porque me recuerda esas imágenes de grabados y pinturas de batallas recreadas posteriormente en el cine y la televisión en las que los batallones de enemigos se aproximan mutuamente, intercambiando descargas de fusil, sobrepasando los cuerpos de los caídos y mutilados hasta trincharse en el cuerpo a cuerpo. Todo ello bajo la atenta mirada de la élite que promueve el conflicto pero desde el alcance del catalejo. Esta casta será la que, al término de la contienda, negocie los términos, quedando todo en una mera transmisión de patrimonio que redefinirá la relación entre ellos hasta el próximo embrollo.
Lo más ridículo de todo esto es que en el fondo sabemos que lo suyo es puro teatro. No faltan las fotos de animadas charlas entre bastidores después de una contienda verbal apocalíptica ya sea en los pasillos del Congreso (en el Senado no se ha constatado que alguien tenga pulso) o en las galas de premios. Pero es que nos va la marcha. Queremos nuestro pan y nuestro circo y queremos ser parte del mismo. Dicho esto, del documental de Rociito me abstengo por higiene mental.
En las dos últimas semanas se han acelerado los acontecimientos de manera vertiginosa que parece que la actualidad quisiera recuperar el año perdido en el letargo del confinamiento. Tal es así que nos ha lanzado de prematuramente a un nuevo ciclo de campañas y precampañas que funciona como abono mágico para el crecimiento de todas esas malas hierbas de las que hablaba. En este panorama, yo que siempre he sido un votante convencido y beligerante aunque de voto infiel, me veo acudiendo a la próxima cita con el deber cívico, más que con la nariz tapada, a punta de bayoneta.