La precariedad laboral y el hacinamiento de inmigrantes irregulares en Lleida, dieron lugar al primer brote que poco a poco se ha ido extendiendo y por el que ahora es causa de que se encuentren muchos confinados. Gracias a este problema, hemos ido conociendo la situación en la que viven los temporeros que llegan hasta esta provincia, cruzando el estrecho y recorriendo más de media España para trabajar en la recogida de fruta en condiciones penosas porque no se les proporciona una vivienda en la que puedan vivir como seres humanos.

Después hemos visto también como el cierre de las fronteras con Marruecos dejaba a varias temporeras, esperando volver a casa con mejor suerte que los primeros porque venían con contrato de trabajo. Soy de las personas que piensan que nadie debería ser irregular en ningún país porque eso nos hace ser atrasados. ¿Se imaginan que por ser irregular no se hubiera permitido en siglos pasados hacer comercio en el Mediterráneo? No, por qué, porque está en la propia naturaleza del ser humano trabajar por su subsistencia y la de su prole.

Más próximos a Europa adoptamos ciertas medidas que nos han deshumanizado completamente. ¿Acaso ha permitido esto reducir la cantidad de inmigrantes que llegan de manera irregular en patera a nuestras costas? Si observamos bien y miramos las estadísticas, es ínfimo el número de inmigrantes que se aventura a vivir el sueño europeo si tenemos en cuenta el tamaño demográfico y la pobreza que hay en algunos de los países del Norte y centro de África. ¿Quién recogería sino la producción del campo si estas personas no vinieran?

En plena pandemia, los mismos agricultores se quejaban de la falta de personal para la recogida. Algo creo yo estamos haciendo mal cuando subestimamos a este sector tan esencial y tratamos a sus trabajadores, sean o no irregulares, como ciudadanos de tercera. Volvamos al mundo real y demos prioridad a quienes recolectan los alimentos que consumimos en nuestra mesa.