Morir por coronavirus o morir de hambre

La ventana es el título de esta sección que he elegido para mi columna de opinión, en este medio que inicio junto a cuatro amigos que aceptaron formar parte de este proyecto y a los que les agradezco enormemente que lo hayamos hecho realidad.

Quizá piensen algunos, que no es el mejor momento para iniciar esta revista.

Para nosotros al menos era algo necesario, casi curativo. En esta primera columna me gustaría hacerles reflexionar sobre cuánto ha cambiado nuestras vidas y en qué poco tiempo. A diario vemos como las noticias se suceden en cadena informándonos sobre medidas que en una situación normal, hubieran parecido “ridículas”. Desde la idea para este verano de parcelar las playas y entrar en ellas con cita previa, hasta la norma de no poder circular libremente por los espacios públicos, porque, indistintamente, todos somos carne de cañón a ser o a estar contagiados. Y es que el tema de los test sigue siendo algo secundario.

De aquí a que se publique esta columna, las mascarillas serán obligatorias. Es decir, uno de los medios más importantes para no propagar el virus, dos meses después del comienzo de la crisis, pasa a ser un complemento obligatorio de nuestra vestimenta habitual durante el tiempo que dure el estado de alarma. Una medida que llega ahora porque no hubo suficientes en su momento, según apuntaba esta semana Fernando Simón, confirmando lo que muchos ya pensábamos. La incertidumbre de gran parte de la población que hoy es tratada como un rebaño guiado entre la sobreinformación y la desinformación, está influyendo en nuestro estado de ánimo y en la manera en la que percibimos la realidad. Y es que parece que en toda esta historia, hay puntos que no llegamos a entender por cruda que sea esta situación.

La ONG Oxfam encargaba un informe al Kings College de Londres y a la Universidad Nacional de Australia para estimar el impacto económico que tendrá la crisis por el coronavirus, y el resultado fue que, aproximadamente, 500 millones de personas quedarán sumidas en la pobreza. No tenemos que mirar hacia otros países en vías de desarrollo, como es el caso de Brasil, para ver que la gestión de la crisis puede también provocar el desabastecimiento de alimentos y de otros productos. En España, no hemos llegado a este punto pero sí hemos sufrido la falta de medios sanitarios para hacer frente al virus que, sin tener un índice alto de mortalidad, se ha llevado a tanta gente por el camino…

Aquí en el primer mundo, miles de personas en España se encuentran esperando cobrar los ERTE. Familias que dependen o dependerán de los bancos de alimentos.

La sociedad española a pesar de los resultados falsos que muestra el CIS, empieza a estar cansada de esta recesión económica. Así, las primeras manifestaciones que se celebraron en el centro de la capital, hoy, se extienden hacia otras ciudades y calles de España. ¿Quién lo hubiera dicho hace unos meses? De seguir así tendremos que elegir entre morir por coronavirus o morir de hambre.

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