El confinamiento en las pandemias I Gonzalo Álvarez Castillo

Después de un siglo desde la gran pandemia que asoló al mundo con la conocida gripe española, hemos vuelto a revivir algo así de las catastróficas desdichas que de vez en cuando suceden en nuestro planeta. Y es que, las bacterias y los virus campan a sus anchas sin apenas darnos cuenta hasta que empiezan a afectar a nuestra salud o a la de nuestros seres queridos.

Asia y África, los continentes que tradicionalmente más se han visto afectados por determinados virus en estos dos últimos siglos, lo saben bien. Sus protocolos y comportamientos son más certeros sobre cómo se ha de actuar; tengan más o menos recursos. Los occidentales, sin embargo, llevábamos casi un siglo sin volver a revivir, de primera mano, una pesadilla como la actual que pronto cumplirá su primer año. Por suerte, en este tiempo no hemos visto enfermos en las calles ni muertos porque nos ha tocado en una época en la que estamos bien nutridos y en el momento más avanzado de la medicina occidental. En las pandemias de los siglos pasados, como la peste bubónica, los enfermos eran confinados y atendidos por médicos y curanderos que con más pena que gloria los atendían con remedios herbarios.

Aún teniendo el sistema de salud más desarrollado, hablar de confinamiento, indudablemente nos hace recordar aquello que leíamos en los libros de historia. ¿Cómo puede servir el confinamiento para evitar que un virus circule libremente si está en su propio adn que lo haga? Después viene la maravillosa idea de esperar a la vacuna como agua de mayo. Como dice aquel refranero español que tan bien viene al caso: “la paciencia es el arma de todas las ciencias”. Y, aunque la situación económica de cada unidad familiar no entienda de ciencia, y puede que tampoco pueda esperar con paciencia a que esto se termine, la vida tiene que seguir con cautela, eso sí, pero ha de seguir. 

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