Una normalidad a medias I Teresa Ripoll Blanco

Creo que nadie llegó a apreciar verdaderamente la libertad, como ahora mismo lo estamos haciendo en nuestro país y en el resto de países del mundo. En esta peculiar forma de confinarnos por fases, hablar de normalidad resulta desquiciante. Parece que estamos en una guerra contra todo y todos. Al menos, esa es la sensación para la gente que como yo, no ha vivido en sus carnes la guerra y por ende, está siendo el periodo más extraño que en su vida ha experimentado. Eso sí, sin armas ni conflictos bélicos. Solo un virus que nos está obligando a seguir unas medidas que nos vuelven a todos locos porque igual que las ponen, las cambian cada x tiempo. 

Hemos retrocedido a una época en la que el país funcionaba de una forma tan distinta, pero donde sabíamos que no existía peligro alguno en los pueblos, por nada que atañara el hecho de contraer una enfermedad ni mucho menos, un virus indescriptible..

Cada vez entenderemos menos estas medidas que van mostrándonos una cara nada halagüeña para muchos de los locales y empresas que han echado el cierre. Un coste inasumible para muchas familias que se lleva nuestras ilusiones, nuestro dinero y nuestra salud.

Hoy emprender un negocio normal en España, no merece la pena porque sale caro. Y no todo, hemos nacido en la época del portátil para vender por internet, ni todos los negocios lo permiten. De forma que, para cuando todo esto termine, desearemos pasar a ser empleados más que emprendedores simplemente por el hecho de saber que tendremos un sueldo cada mes y con suerte. Por lo que hablar de “nueva normalidad” es hablar de una normalidad muy jodida en la que no creemos en nadie o casi nadie de los que salen en los medios haciendo pronósticos varios, ni en los que nos gobiernan, por motivos más que sobrados. La falta de coherencia entre lo que dicen y luego hacen, sumado a la dificultad para poder salir a la calle a expresar las demandas que creemos, son necesarias, hacen cuanto menos irracional el desarrollo de una democracia en la que no se puede participar, cada vez más alejada de las necesidades personales que tienen millones de familias en España. Y en este momento de falsa normalidad, lo normal es que las oficinas regionales de empleo y del SEPE sigan cerradas porque, el propio sistema, no les asegura su seguridad. Un caos administrativo que aún nos pone más en contra de las administraciones. 

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