Reflexiones

Autor: T. Senders

Eres una colina que emana calor, un remolino de sábanas que sólo dejan a la vista una mata de color azabache. Un sonido rítmico y leve, de dulce cadencia, que apacigua el silencio. Tacto suave en cada uno de los puntos cardinales.

El amanecer de cualquier hora desata el brillo de tu inteligente mirada. Comienza a curvarse el sendero que lo dice todo. Sopla una tenue brisa musical y surgen las primeras estrofas del día.

El próximo sorbo es de sabroso néctar. Se trenzan los nudos que avivan la llama y se acortan las nimias distancias que antes lejos quedaban. Sobre un mismo camino comienza la marcha, recorro montañas y valles donde alimentar el alma. Me detengo en el paisaje, en cada tramo, en cada hectárea y me doy cuenta de que hoy es nuevo, igual que ayer y mañana. Conozco los atajos pero no tengo prisa por llegar, no quiero perderme nada.

Aspiro el aroma de la tormenta, como el de las cálidas noches de verano y oigo, aún a lo lejos, los quejidos del viento. Extiendo las manos y las primeras lluvias acarician mis dedos. No busco refugio, sé dónde voy. Desde allá el horizonte queda muy cerca y no hay oscuridad, sino presencia. Un lugar al que volver de manera caprichosa.

Las ramas de los árboles se mueven acompasadas y el aire se filtra entre las hojas. Parece una danza de luces y sombras, como esos sueños que no se controlan. Se crean y destruyen nuevas formas. Lo cálido da paso al ansia y se busca el dolor que antecede a la calma. Aunque se ahogue el aliento se dicen las palabras. Suena un nombre, una prohibición, una promesa y se clama a los cielos aunque no haya creencia.

Amaina el temporal, tranquilas bajan las aguas. Es momento del coloquio y de las risas. Nada es casual, ni quisiera detener el tiempo. No sabía, cuando te quería soñar, que iba a preferir esto.