Entre dos ríos

LA HISTORIA, LA HISTORIA CON MAYÚSCULAS COMENZÓ ALLÍ, EN MESOPOTAMIA, ENTRE EL TIGRIS Y EL EÚFRATES

Si hay un lugar en la Tierra que merece el título de Cuna de la Civilización, ese lugar es Mesopotamia: El País entre ríos. Esos ríos se llamaban y llaman, Éufrates y Tigris. Entre ellos y al norte de las llanuras y colinas que limitan, en lo que hoy son las tierras fronterizas que se extienden entre Turquía, Siria e Iraq. Hace casi 11.000 años, cazadores nómadas procedentes de muchos clanes diferentes, se concentraban en torno a una colina para dejar de lado sus diferencias y organizarse para acometer una empresa común: levantar y esculpir monolitos de piedra, elevarlos y unirlos entre sí conformando círculos para crear los primeros templos de la humanidad.

La cosa era realmente increíble, pues durante casi 200.000 años, los de la existencia hasta ese momento de nuestra especie, el ser humano moderno había vivido en grupos nómadas conformados por tres, cuatro o, como mucho, cinco o seis docenas de individuos y esos grupos llevaban existencias separadas y sólo brevemente y de forma ocasional y casi siempre desagradable, se encontraban entre sí para matarse o comerciar. Ahora, de repente, cada año centenares, quizá miles de personas, se unían durante semanas o meses y trabajaban en un proyecto común. Un proyecto renovado durante siglos y siglos, pues año tras año durante más de mil años, esos clanes se reunían allí, trabajaban juntos ampliando o edificando nuevos templos, llevando a cabo rituales y ceremonias y, de paso y no menos importante, pasando tiempo juntos e intercambiando ideas, historias, sueños… Así nació la primera gran civilización de nuestra historia y lo hizo en Mesopotamia, en Göbekli Tepe, cerca de Sanliurfa, en el sureste de Turquía, un lugar que nos ha obligado a los historiadores a reescribir la historia porque hasta la década de 1990 no conocíamos su existencia.

Pero Göbekli Tepe es revolucionario, lo que Mesopotamia siguió alumbrando durante los siguientes milenios no lo fue menos. Hacia el 8.000 a.C y también en la Alta Mesopotamia se dio el paso desde la caza y la recolección, ligadas al nomadismo y a pequeñas agrupaciones humanas, a la agricultura y la ganadería, con la aparición de las primeras aldeas. Hacia el 6.000 en la cercana Meseta de Anatolia, aparece la primera ciudad Chatal Hüyük, y hacia el 3.500 a.C en el sur de lo que hoy es Iraq y entonces era el “País de Sumer”, las primeras ciudades complejas, y en ellas, hacia el 3.300 a.C algo realmente revolucionario: la escritura.

En ciudades como Uruk, Lagash, Eridu, Nippur o Ur, todas ellas en Sumeria, se construyeron murallas, se elevaron templos y palacios, se trazaron calles y plazas, y se formaron sacerdotes y escribas que no sólo anotaban lo que les dictaban los reyes, sino que también estudiaban los cielos y dieron forma a la astronomía y con ella y a la par, a los principios básicos de las matemáticas y la geometría. Fue en Sumer donde se comenzó a usar la rueda y fue allí donde se trazaron los primeros horóscopos y se calcularon los movimientos de los planetas, y fue allí y no en Grecia, donde se dio forma a lo que luego se llamó “Teorema de Pitágoras”. Fue en Sumer donde se establecieron los primeros sistemas impositivos, se fundaron los primeros bancos que concedían créditos y aceptaban depósitos, se crearon las primeras bibliotecas, ejercieron los primeros médicos y se promulgaron los primeros códigos de leyes… La historia, la historia con mayúsculas, comenzó allí, entre el Tigris y el Eúfrates, y docenas de miles de tablillas de barro cocido recubiertas de apretada escritura cuneiforme así lo atestiguan.

Y es que escribas profesionales trabajaban no sólo para los reyes y los sacerdotes de las ciudades- estado sumerias, sino también para los comerciantes y para la gente común y de ese modo se han conservado no sólo las crónicas y documentos de los reyes, las epopeyas de los héroes y los dioses o los textos religiosos de los sacerdotes, sino también los testimonios de gente normal y común. Por ejemplo, la carta de un maestro de escuela a los padres de uno de sus alumnos en donde informaba, a estos últimos, de que el mencionado niño era un auténtico holgazán maleducado que, o hacía novillos y no iba a clase, o se negaba a hacer sus ejercicios de escritura y faltaba al respeto a su maestro.  Esa carta, la del maestro indignado, fue escrita hace 4.400 años y hay cientos, miles como ella que nos informan de los desvelos, anhelos, enfados, intereses de la gente normal y corriente de hace más de cuatro mil años.

Pero Sumer fue también el lugar donde apareció la literatura, pues de allí proviene el primer cuento, el primer relato épico de la humanidad: el Poema de Gilgamesh que contiene el primer relato sobre el diluvio universal, con su Noé y todo, y la primera historia en la que un rey, el rey de Uruk, Gilgamesh, un auténtico “superhéroe” sumerio, emprendía un emocionante viaje en busca de la inmortalidad, enfrentándose a monstruos, enigmas y peligros sin cuento y, a la mayor prueba de todas: la decepción.

Sumer, con sus ciudades, fue la maestra de Acad, la región mesopotámica situada inmediatamente al norte y allí, en Acad, surgió el primer imperio: el de Sargón de Acad. Sargón extendió su dominio desde el Mediterráneo al golfo Pérsico y marcó el camino a todos los conquistadores que vinieron después. Su capital, Acad o Agade, no ha sido hallada nunca y puede que nunca lo sea o que ya haya sido destruída.

Tras el Imperio de Acad vendría la Babilonia de Hammurabi con su famoso Código de leyes hoy afortunadamente custodiado en el Louvre de París y aún más al norte estaría la sorprendente ciudad de Mari. Con ello llegamos al II milenio a.C y la historia de Mesopotamia sólo estaba en su juventud aunque ya tenía más de dos mil años. Y es que Babilonia perduró durante siglos y siglos como sede de imperios y sobre ella dominaron los asirios, con su crueldad legendaria, pero también con su legendario gusto por el arte y el buen gobierno que se puede constatar en sus maravillosos palacios, esculturas, bajorrelieves y documentos escritos y hallados en las ruinas de ciudades como Assur, Nínive, Nimrud o Jorsabad en el norte de lo que hoy es Iraq y a esa Asiria Imperial siguió la Babilonia del celebérrimo Nabucodonosor, el de los famosos “Jardines colgantes de Babilonia” una de las Siete maravillas del Mundo antiguo. Por aquella época, siglos VII y VI a.C, Babilonia era el centro del comercio y de la banca mundiales y miles de tablillas nos hablan de las actividades del que fue el primer gran banco internacional de la historia de la humanidad el de la familia Murashu que mantenía negocios, depósitos y sucursales en muchas ciudades de Babilonia, primero, y del Imperio Persa, después.

Mesopotamia y Babilonia fueron conquistadas por Persia y luego por Alejandro Magno y a los griegos les siguieron partos y persas sasánidas y a estos, los árabes musulmanes. Dicho de otro modo: buena parte de nuestra historia, de la historia de la humanidad, se concentra en un territorio que representa el 0,3% de la tierra firme del planeta.

Ahora bien, ese 0,3% guarda, bajo o sobre su suelo, en forma de yacimientos arqueológicos, de ruinas y de museos, la mayor parte de nuestra historia y apenas si conocemos una mínima parte de ese tesoro.

Desde hace cuarenta años, desde que dio comienzo en 1980  la guerra entre Iraq e Irán, se paralizaron buena parte de las excavaciones arqueológicas en Iraq, que ocupa la mayor parte de lo que antaño fue Mesopotamia, y durante ese terrible conflicto ya fueron dañados muchos yacimientos arqueológicos y museos.

Pero lo peor vino a partir de la Primera Guerra del Golfo en 1990-1991 con sus bombardeos masivos que dañaron muchos yacimientos arqueológicos y que, con toda seguridad, destruyeron otros muchos de los que no tenemos noticia, y, sobre todo, a partir de la Segunda Guerra del Golfo, 2003 y, tras ella y desgraciadamente,  con las inmediatas y enmarañadas guerras y conflictos que, hasta el día de hoy, han sacudido Iraq y Siria. Pues el patrimonio histórico y arqueológico se transformó de súbito no ya en víctima de daños colaterales por mor de bombardeos y combates que dañaban los yacimientos o los museos, sino en objetivo directo de la barbarie y el interés. Pues el Estado Islámico destruyó de forma deliberada lugares clave en la historia de nuestro pasado, el de toda la humanidad. Lugares como Nínive, Nimrud o Palmira y lo hizo de forma deliberada, organizada  y sistemática,  bien para borrar un pasado que consideraban condenable, bien para financiarse y lucrarse, pues muchos de los bajorrelieves y piezas de arte asirio o palmireno que supuestamente destruían los terroristas en aras de la pureza de lo que ellos entendían como verdadero Islam, aparecían luego en el mercado negro internacional de antigüedades en donde alcanzaban precios astronómicos. En ese mercado han pujado millonarios europeos, japoneses, norteamericanos, rusos, árabes.. y en no pocas ocasiones se ha hecho la vista gorda para que las piezas llegadas desde Irak o Siria, terminen integrándose en los circuítos legales.

Pero lo que realmente me duele es que toda la catástrofe cultural que ha sufrido el Antiguo Oriente en estos últimos cuarenta años: desde los bombardeos americanos a la barbarie del Estado Islámico, ha pasado ante nosotros sin pena ni gloria. Sí, hay que reconocerlo, aunque se supone que somos sociedades avanzadas y cultas, no nos ha importado un comino, -seamos elegantes y no recurramos a comparaciones menos agradables para el olfato,- que se destruya nuestra historia, nuestro pasado. Pues, parafraseando a Samuel Noah Kramer “La historia empezó en Sumer” y no nos ha importado que la bombardeen, vuelen por los aires, martilleen, acribillen a balazos, etc. No, no nos ha importado y lo hemos dejado hacer.

Pero el pasado es cabezón y nos pedirá explicaciones. Uno de los síntomas de que una civilización se va por el desagüe es su empeño en olvidar su pasado. Primero se tergiversa y luego, simplemente, se olvida. Hemos demostrado y demostramos, ser maestros en tergiversar nuestra historia y estamos empezando a dar los primeros pasos en el supremo olvido y cuando ya nadie sepa de dónde viene, nadie sabrá a dónde va y entonces, entonces quizá alguien recuerde, como en un lúcido fogonazo, que todo empezó entre dos ríos. Sí, pero para entonces, ya será tarde.

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